Los fantasmas de Pablo Escobar
El Patrón del Mal, el Zar de la Cocaína, el Duro, el Capo… Son sólo alguno de los alias que llegó a tener, pero todos hacían referencia a una única persona: Pablo Escobar, un narcotraficante con más de 10.000 muertos a sus espaldas. Yo no sabía nada de él… Hasta que fui a Colombia. Casi puedes contar las horas que tardas en saber quién fue desde el momento que pisas suelo colombiano por primera vez, porque en este país, Pablo Escobar resulta un tema de conversación tan cotidiano como hablar del tiempo. Pablo Escobar logró amasar una inmensa fortuna a costa de secuestrar, asesinar, extorsionar y satisfacer la demanda de consumo de cocaína, el ansiado oro blanco que la sociedad occidental no deja de esnifar. La ley de la oferta y la demanda no tiene escrúpulos, ni conoce morales, y aunque habitualmente solemos ponerle una sola cara al fenómeno del narcotráfico, una cara colombiana, también debemos mostrar la cruz de quienes sostienen el negocio: EE UU y Europa. Fueron varios los colombianos que me hicieron este mismo reproche: «Aquí el narcotraficante siempre es el colombiano, pero los que se meten la droga son otros, no nosotros. Los gringos son los que la compran, señorita. Eso también es narcotráfico. En la balanza hay dos platos, pero la culpa siempre la inclinan contra nosotros. La cara de los europeos como usted, o de los americanos, siempre es anónima, nunca sale en los periódicos», me decía un taxista. INMENSA FORTUNA Pablo Escobar controlaba el 80% de negocio del tráfico de cocaína del mundo, manejaba quince toneladas al día, y dejaba a su paso un reguero de sangre y asesinatos que llevaban su firma.
No solo logró levantar un auténtico imperio en torno al negocio de las drogas –se calcula que amasó unos 25.000 millones de dólares y la revista Forbes le consideró en su momento el séptimo hombre más rico del planeta–, sino que además supo esconder sus tejemanejes bajo la alfombra y construirse una prestigiosa imagen pública, llegando a codearse con las máximas autoridades políticas de ámbito nacional e internacional. Muestra de ello fue su elección como suplente del senado por el movimiento Alternativa Liberal, o su presencia en la toma de posesión de Felipe González en 1982.
IMPERIO DEL TERROR
Lejos del perfil bajo que suelen mantener los mafiosos, Escobar llevó una vida ostentosa y llena de lujos. Amante de los coches de carreras –tenía una impresionante colección de deportivos–, participó en la Copa Marlboro y la Copa Renault 3. Su inmensa fortuna brillaba por doquier. Tenía cientos de edificios, viviendas y haciendas, siendo la más famosa de todas ellas, la Hacienda Nápoles, donde el narcotraficante poseía más de 200 especies de animales exóticos que había logrado traer al país sobornando a las autoridades aduaneras. Sus delirios de grandeza no tenían límites. Un día, su hija Manuela, la niña de sus ojos, le pidió un unicornio. Escobar dio órdenes a sus hombres para que consiguieran uno, fuera como fuese, y todavía no había nacido el valiente que se atreviera a llevarle la contraria. Así que cogieron un caballo blanco y le graparon un cuerno. Remataron la faena pegándole unas alas de papel a las lomos. Como era de temer, el animal murió a consecuencia de una infección. El imperio del terror empezó a derrumbarse en 1983, cuando el periódico El Espectador denunció públicamente a Pablo Escobar, sacando a la luz todos sus trapos sucios y aireando a qué se dedicaba realmente. Se abría oficialmente la veda de caza al capo del Cartel de Medellín, en el contexto del narcoterrorismo, el conflicto armado, la lucha por el poder del Cártel de Medellín contra el de Cali, y una imparable carrera de secuetros, asesinatos, bombas, etc. En los años 90 empezó a estrecharse el cerco a su persona y Pablo Escobar liberó a los secuestrados como gesto de «buena fe», accediendo a rendirse e ingresar en una cárcel construida especialmente para él y conocida como La Catedral.
Como condición, pidió a las autoridades que detuviesen su extradición a EE UU. Escobar siempre había dicho que prefería una tumba en Colombia que vivir en una cárcel yanqui. Este era el lema del llamado grupo de los Extraditables. Pero lo cierto es que el mafioso también exigió que le construyeran una cárcel exclusiva, bajo el pretexto de que si ingresaba en un presidio normal y corriente, corría el riesgo de morir asesinado a manos de sus enemigos. El Gobierno accedió y construyó el complejo, una mansión de lujo desde donde el capo siguió dirigiendo sus negocios, torturando a gente, celebrando fiestas y orgías, y asesinando impunemente. Fue una de las mayores vergüenzas del Gobierno colombiano. A los innumerables lujos de la mal llamada «prisión», se sumaba el hecho de que las supuestas autoridades encargadas de vigilarle eran sus propios sicarios con el uniforme de la guardia carcelaria colombiana. La impostura le sirvió para relajarse y vivir mejor que nunca. Ya no tenía que exportar cocaína, tan solo cobrar impuestos a los demás narco traficantes. Pero como todo agente del mal, sospechaba hasta de su sombra. El día que se le metió en la cabeza que sus aliados Galeano y Moncada le estaban ocultando unos cuantos millones, ordenó ejecutarlos sin más. Este hecho desencadenó un reguero de asesinatos entre los capos y familiares de ambos bandos. La cosa se puso fea. En 1992, Escobar le pegó una patada a uno de los muros traseros de la «cárcel» especialmente preparado para servir de vía de escape en caso de necesidad, y se fugó, burlando a toda la nación colombiana. Pero un año más tarde, las fuerzas armadas le arrinconaron. Dicen que murió de un disparo, mientras huía, aunque las polémicas sobre la causa concreta de su muerte todavía encienden el debate. Fue sólo a partir de su huida de La Catedral cuando la opinión pública se enteró de las excentricidades que se habían llevado a cabo en el interior de aquel edificio, que de «prisión de máxima seguridad» pasó a ser conocido como «cárcel de Máxima Comodidad»… El complejo de La Catedral está rodeado de bosques donde se han captado extrañas luminarias. Lujosas habitaciones, salas de billar, jacuzzi, bar, laboratorio de cocaína, cancha de fútbol, gimnasio, cascada natural, vistas panorámicas, búnker antiaéreo, muebles importados de Europa… El complejo de La Catedral, una vez cumplida su función «carcelaria», cayó en desuso, pero los monjes de la comunidad benedictina de la Fraternidad Santa Gertrudis «La Magna», que recibieron este predio en comodato por parte del municipio de Envigado, trabajaron mucho para convertirlo en una residencia de ancianos, aunque al parecer no era nada fácil, pues las malas energías campan a sus anchas.
SUCESOS PARANORMALES
El hermano Elkin Ramiro Vélez García era uno de los cuatro monjes benedictinos que se trasladaron a vivir a La Catedral en el año 2007. Fue él quien afirmó en diversas ocasiones que en el recinto se veían sombras y se oían sonidos sobrenaturales. «Son espíritus que deambulan, una especie que no ha cumplido su ciclo; no se han ido. Se ven esferas luminosas». Pasé casi un año intentando hablar con Elkin, pero cada vez que llamaba a la fundación, nunca estaba o me saltaban los contestadores automáticos. Hace poco me enteré de que el susodicho monje ya no se encontraba allí, aunque por motivos de discreción, no puedo decirles por qué acabó yéndose. Cuantas más cosas averiguaba sobre La Catedral de Pablo Escobar, más quería saber, así que cada vez que surcaba la tierra antioqueña, aprovechaba para preguntar a todo el que pudiera contarme algo o ayudarme a saber más. Los testimonios que me llegaban aseguraban que en la antigua prisión se concentraban energías muy pesadas, las puertas se abrían y cerraban solas, se veían siluetas y figuras extrañas, sombras acechantes; se escuchaban ruidos sobrenaturales, lamentos del más allá. Por lo visto, fue necesario hacer un exorcismo para tratar de expulsar a las fuerzas del mal que dominaban La Catedral, ya que, según los nuevos dueños, «se nos movían las cosas». Algunos envigadeños llegaron a confirmarme que, efectivamente, era de lo más habitual escuchar llantos y lamentos en la noche. Otros colegas del mundo del periodismo recogieron testimonios igualmente inquietantes. Óscar Botero, quien trabajaba allí, declaró a Telemundo: «Aquí se sienten y se oyen cosas». Jesús Montoya, residente de la zona, aseguraba que allí te agarraban manos invisibles: «Aquí a uno lo jalan de la camiseta, oye voces, se le eriza a uno hasta lo que no tiene». Por su parte, una joven amiga de Sabaneta me confesó: «Yo he ido a La Catedral y hay espantos, gritos… Hablé con el cura y, por lo visto, al caer la noche el sitio es miedoso… Cuando Escobar se voló de allí, encontraron huesos de muchos muertos. Jugaban al fútbol con la cabeza de los muertos». DESAPARICIONES INEXPLICABLES En los alrededores podía oírse de todo. Ante mi incredulidad sobre la posibilidad de que Pablo Escobar hubiera podido perpetrar toda suerte de torturas y asesinatos en su «cárcel» o, más bien, su «club privado», mis interlocutores me proporcionaban abundante información. En una hacienda de Guarne, me dijeron: «Todo eso es verdad. Allí llegaban a ajustar cuentas. La gente entraba y no salía. Al novio de una amiga nuestra lo llevaron a La Catedral, lo mataron y lo incineraron allí. ¿Por qué? Porque este muchacho, que tampoco era un santo, y que al principio fue socio de Pablo Escobar, quiso aprovechar su estancia en la cárcel para sacar ventaja y quedarse con sus negocios. Lo pagó caro». En otra hacienda de Llanogrande me contaron que La Catedral estaba infestada de malas energías, debido a todas las barbaridades y ejecuciones que Pablo Escobar escenificó en ese sitio, en el que, al parecer, incluso asesinaban a las prostitutas que contrataban. Cierto día, se puso en contacto conmigo un hombre llamado Andrés García Ávila. Se dedicaba a la fotografía aérea y había tenido la oportunidad de fotografiar algunas esferas luminosas extrañas en el área de Sabaneta y alrededores próximos a La Catedral. Me contó que toda aquella zona estaba encantada. La gente veía humanoides y esferas luminosas, y algunas personas se perdían y desaparecían sin dejar rastro. «Siempre que he ido, siento que debo bajar rápido –me relataba Andrés–. Pablo Escobar utilizó esa reserva natural a la que suelo ir a fotografiar aves para esconder su dinero y construir un túnel conectado a La Catedral. Una vez conocí a un extrabajador de Pablo Escobar. Hablé con él. Me dijo que ese bosque no era normal y me contó sobre una casa abandonada donde Pablo ocultó su dinero. Y hasta me dijo que él estuvo presente en lugares donde escondieron dinero que, luego de la muerte de Pablo, obviamente, desapareció. Todavía hay gente que va por allá en busca de caletas de dólares. Estoy seguro de que en esos lugares hay caletas que nadie conoce». Le dije a Andrés que me llamaba mucho la atención todo aquello de las esferas luminosas que se veían en La Catedral y sus alrededores, porque era un fenómeno muy vinculado con las historias de tesoros escondidos. Los fuegos fatuos, las bolas de fuego y otras luminiscencias extrañas solían indicar, según la tradición, la presencia de un tesoro oculto. Algunas leyendas atribuyen a estas luces un papel guardián, encargadas de proteger las riquezas del expolio de los cazatesoros, quienes pueden resultar duramente castigados si osan acercarse. En estos mismos lugares, a menudo selvas laberínticas, suelen perderse aventureros, exploradores y cazatesoros que, movidos por su ambición, cometen el error de emprender expediciones que acaban en tragedia. Sabemos que uno de los motivos por los que La Catedral de Pablo Escobar se encuentra hoy tan deteriorada, es por el expolio que ha sufrido a manos de saqueadores que han asaltado las instalaciones para robar los objetos de valor y lujo que poseía el capo, así como para buscar el tesoro del Patrón del Mal: caletas llenas de dinero. De vez en cuando, las leyendas son ciertas, aunque, hasta el momento, las noticias de granjeros que se han encontrado cientos de millones de dólares han resultado ser falsas. ¿Será verdad lo que dicen los rumores, que el dinero de Pablo Escobar todavía permanece enterrado en los lugares donde los escondió?
“ DE DEMONIO A NARCOSANTO
Los restos de Pablo Escobar yacen en el cementerio Jardines Montesacro de Medellín. Se encuentra ubicado en el sector 15, el segundo más caro de este camposanto privado. Su lugar de eterno descanso luce siempre espléndido, mullido por la capa de hierba que cubre su losa. Miles de colombianos y extranjeros la visitan cada año para dejarle flores, prenderle una vela, ofrendarle una estampita, un vasito de agua, una medallita, un papelito con unas palabras escritas… Algunos jóvenes incluso acuden a esnifarse unas rayas de cocaína sobre la lápida. Una amiga me aseguró que allí, a pie de muerto, acudían algunos a celebrar fiestas, tomar tragos y escuchar música. Para muchos, Pablo Escobar es un santo, un ánima a la que piden toda suerte de favores y deseos. «Pablo era muy buena persona, no como el Chapo Guzmán, que no hizo nunca nada por los demás. Yo le tengo mucha fe y le pido siempre que me proteja», me decía una señora de mirada servil. Existen figuritas a imagen y semejanza del Patrón del Mal, algunas de ellas emulando a Robin Hood, famosas por propiciar fortuna en toda clase de negocios. Los fieles devotos de Pablo Escobar encumbran su estatuilla en altares dispuestos con esmero, y en los que siempre parpadea la llama de una velita. HÉROE DE LOS POBRES
Colombia vive con división los asuntos que más duelen y que últimamente se han venido reduciendo a dos nombres que desatan auténtica pasión: Pablo Escobar y Álvaro Uribe. Con el tiempo, he aprendido que hay que ser cauto a la hora de pronunciar ciertos nombres y apellidos, porque de ello podría depender nuestra propia vida. En ciertos barrios le pueden «levantar» a uno el alma por desgranar un tema desde el punto de vista equivocado. Para las gentes de los barrios pobres de Medellín, Escobar era un ángel, una especie de Robin Hood del narcotráfico que hizo el bien, y es que el capo edificó viviendas para los habitantes de Moravia, una de las áreas más pobres de Medellín, levantando el Barrio Pablo Escobar. Asimismo, construyó 50 campos de fútbol para los niños de los suburbios. Regalaba sándwiches, cerdos y aguardiente a los pobres. Fue de este modo como se ganó el apoyo de las clases populares. Luz Mary Arias, una mujer de unos 60 años, guardaba una estatuilla de yeso de Pablo Escobar vestido de Robin Hood. Pablo Escobar le dio la casa en la que ahora vive. Antes de eso, lo hacía en la calle, junto a un basurero. «Lo admiro como un Robin Hood», afirmó esta colombiana que aprendió a leer y escribir gracias a la ayudas del mafioso, según recogían los tabloides colombianos, los cuales también hacían hincapié en el hecho de que esta misma mujer había perdido dos hermanos a manos de los secuaces de Escobar, en el marco de la violencia asociada al narcotráfico, cosa que no parecía importarle, pues a pesar de todo, seguía siendo fiel devota del famoso narco. Los habitantes del Barrio Pablo Escobar lo tienen claro: el capo era un hombre humanitario, un alma caritativa siempre dispuesta a ayudar a los más necesitados. Nahuel Gallota escribió una crónica para The Clinic en la que daba cuenta de una conversación mantenida con uno de los acólitos de Escobar, Elkin de Jesús Morales. Las palabras de su interlocutor revelaban la pleitesía casi mística que las clases humildes rinden a su santo particular: «Yo lo escuché nombrar por primera vez cuando estaba en su apogeo, pero a mí no me hizo ningún mal. Yo tengo mucho que agradecerle por el ranchito que tengo, gloria al Señor. Si no fuera por los Escobar, no tendría dónde meter la cabeza con los cinco hijos y dos nietos que tengo en la casita». Y es que el dinero lo compra todo, hasta la devoción. Dicen que un día, mientras Escobar paseaba con el capo de la mafia Demetrio Chávez Peña-Herrera, alias El Vaticano, le dijo: «Hay que hacer que la gente pobre te ame. Sin su apoyo, no se puede lograr nada. Y la única manera de conseguir este tipo de apoyo es a través de las obras públicas. Comienza a construir carreteras, parques, escuelas, campos deportivos… y verás».
Comentarios
Publicar un comentario